17/12/18

Sandra - Valeria Novello

Aquella mañana Sandra se despertó con la expectativa de tener un posible empleo.
Recién llegada de Perú, conoció a Nicolás, su compañero de pensión, quién le había
dicho que el trabajo era para cuidar a unos nenes. Estaba ilusionada con estudiar
medicina y ayudar a su familia. -Mami, ya vas a ver cuando vuelva con el título y
podamos tener nuestra casa- le decía con una seguridad, que solo tienen las personas
cuya convicción va más allá de cualquier pronóstico.
Él la acompañó hasta la puerta del lugar, era un edifico viejo y deshabitado, y le
presentó a un sexagenario apurado, prepotente, con una mirada esquiva y una sonrisa
exagerada. La saludó con un beso de esos que dan ganas de lavarse la cara por lo
húmedo, pegajoso y lascivo, acompañado de un apretón de brazo que afirmaba querer
controlar la situación. Su compañero se despidió, excusándose que se le hacía tarde en
el trabajo y se fue.
Entremos que no tengo mucho tiempo, así te explico como es la cosa chiquita le dijo
el hombre.
Cuando ingresaron el olor a humedad invadió los sentidos de la joven y tuvo nauseas
que se potenciaron porque no había desayunado más que unos mates. Ambos se
sentaron en unas sillas viejas y sucias de polvillo.
Él empezó a hacer comentarios sobre su belleza, que la calle estaba dura, que ella
necesitaba a un hombre más grande para protegerla… La chica quería hablar sobre la
tarea que iba a realizar, pero no deseaba ser descortés y cambiar abruptamente de
tema. Él le ofreció un cigarrillo que ella no aceptó y comenzó a sentirse incomoda por
lo dilatado de la situación. Él se acercó y con una caricia en la cara, que la sobresaltó, le
dijo que la quería a ayudar.
De repente entraron dos hombres de aproximadamente treinta años, saludaron a la
joven de la misma forma que el viejo y se sentaron con desfachatez.
Me están esperando mintió la joven— por favor me podría decir…
Ellos se reían con una mueca siniestra.
Para querida ¿Por qué tanto apuro?
El que estaba detrás de la joven se le acercó y le toco los senos, ella se paró y caminó
en dirección a la puerta, el otro corrió y le tapó la entrada.
Tenés que ser más dócil chiquita, así no nos vamos a entender.
Sandra sentía que no podía sostenerse en pie, las piernas le temblaban y sospechaba
que por la fuerza no iba a salir de ahí.
Es que me gustaría saber cuándo podría conocer a los niños… yo tengo mucha
experien…
El que la tocó, volvió a acercarse. En ese momento se escuchó una llave, que
levantaban la persiana del frente y dos voces. El veterano le dijo a uno:
Fijate.
El hombre salió de la oficina y regresó enseguida:
Es el arquitecto que viene a medir para la remodelación.
Bueno chiquita, andá.
Ella no sabía que hacer, pero su instinto le ordenó que debía irse. Salió y corrió sin
parar hasta que llegó a la pensión. Le contó a su novio, también desocupado, entre
llantos lo ocurrido. La calmó con un abrazo y le dijo que la próxima vez que tuviese una
entrevista, él la acompañaría.
Sandra empezaba a comprender que no iba a ser fácil conseguir trabajo, que ser mujer
e inmigrante complicaba aún más las cosas, que había tenido suerte en salir con vida y
contar la historia. Cómo no había sido el caso de Sandra Ayala Gamboa, que fue
violada y asesinada el 17 de febrero de 2007, en el ex archivo del Ministerio de
Economía de la provincia de Buenos Aires.

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