7/1/19

Colonia - Bárbara Raimondi

Cuando María y Corina me dijeron que iban a ir a la colonia de vacaciones que organizaba la escuela en diciembre,  a mi también me dieron ganas.
Me animé a pedirle a mi papá que me anotara. Se quejó de que era un poco cara, pero al final aceptó. El verano del final de sexto grado iba a ser especial. A  los quince días en la costa y a las zambullidas en la pileta de lona en la terraza de casa, se le sumaba algo más: una semana de juegos y pileta con amigas y profes de la escuela. Eso era diversión asegurada.

La colonia empezaba el primer lunes, después del último día de clases. Nos pidieron que llegáramos temprano a la mañana y nos juntáramos en la puerta del colegio. El micro escolar naranja nos iba a llevar al Club Ciudad de Buenos Aires. Sólo teníamos que llevar una malla, una toalla, un par de ojotas y un poco de plata por si queríamos comprarnos algo.

Al llegar al club hicimos unos juegos grupales para conocernos mejor, nos asignaron una nena de jardín, una “ahijada”, para que cuidáramos y ayudáramos durante la semana. Eso sólo nos los pedían a las más grandes, a las más responsables. Yo fui “madrina” de una nena pelirroja, con pecas, que se llamaba igual que yo, Carla. 

Cerca del mediodía empezó a hacer calor, así que agradecimos cuando los profesores nos dijeron que era nuestro horario de pileta. Fui con Carla hasta el vestuario, le puse la malla y le abrí la ducha.  Le acomodé las ojotas enfrente de sus pies para que no se las pusiera al revés y le llevé la toalla hasta la pileta. Entramos de la mano. De a poco las demás madrinas con sus ahijadas fueron llegando. Jugamos todas juntas, hasta que las más grandes decidimos  hacer la vertical, mientras las más chiquitas nos miraban.

Era difícil mantener el equilibrio. A veces lo lográbamos y a veces no. Por suerte Daniel nos ofreció ayuda. Nos dijo que nos iba a sostener los tobillos, así nos salía bien derechita. También nos sugirió que fuéramos a la parte más baja, de esa manera cuando hiciéramos la vertical, la cintura y las piernas nos iban a quedar fuera del agua e iba a ser más fácil para él, sostenernos.

Hicimos una fila. Yo era la última. Tuve la oportunidad de ver qué bien les salía la vertical a mis amigas, ahora que Daniel las ayudaba. Cuando fue mi turno, tomé aire, metí las manos y la cabeza en el agua y empujé las piernas para arriba. No con mucho impulso, porque no quería darle una patada en la cara a mi profesor de educación física. Sentí como Daniel me agarraba fuerte de los tobillos, uno con cada mano y me daba unos tirones hacia arriba para que estirara las piernas y pusiera la espalda derecha. Sentí que había hecho la mejor vertical de mi vida y que mis amigas me lo iban a confirmar cuando saliera del agua. Pero eso iba a tener que esperar. No pude levantarme, Daniel seguía sosteniéndome de los tobillos y ahora podía sentir como con un movimiento rápido me separaba las piernas y  me corría la malla . Había sido sin querer? Quizás sólo el agua? Una broma de mis amigas? Tal vez mi imaginación, porque cuando las miré a la cara, ninguna dijo nada. Daniel nos mandó rápido a cambiar al vestuario. La agarré de la mano a Carla y la llevé conmigo. Carla me miraba fijo. 

Durante el almuerzo, la ayudé a cortar la milanesa y a servirse agua, también le puse un poco de sal a sus papas fritas. Con mi plata, le compré un helado.
Cuando fuimos a las canchas de volley, me sentí asqueada y eso que no había comido nada. Daniel me dijo que soltara a mi ahijada y que entrara a la cancha a jugar. Le expliqué que prefería sólo mirar. Me insistió, yo me volví a negar. Se enojó y me empezó a gritar que era una alumna difícil, que no cumplía órdenes, que complicaba las cosas y que si no iba al día siguiente acompañada de mi mamá al colegio, no iba a poder subir al micro. Tuve ganas de llorar, pero Carla estaba ahí y no quise asustarla.

A la mañana siguiente mi mamá fue a hablar con Daniel. No sé qué le habrá dicho. Ella sólo decía que sí con la cabeza. Yo la vi desde la ventanilla del micro, sentada al lado de Carla.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Mi única heroína en este lío - Brenda Wainstein

Era común que te vieran corretear por ahí, saltando de silla en silla o de mesa en mesa, te daba igual, vos sabías ir de a allí para allá, ...