8/4/19

Cacerola y leche tibia - Cecilia Maurig

Hoy no vino, no llegó a la escuela. Cuando falta a mitad de semana es porque no va a poder
remontar el día. La extraño, extraño su sonrisa ocultando moretones, apareciéndose en el
patio con la jarra y los vasos haciendo barullo. Llamándome a los gritos porque algún
rezagado se quedó sin tomar la leche. Pidiéndome tiempo, espera....porque le dije mil veces
que en la biblioteca no se come y esas palabras se le hicieron carne. Tan carne como a mí su
dolor, su tristeza de mujer resignada a una vida que es otra cuando dejamos de verla.
Cuando está lejos de los gritos de los chicos que la siguen, la buscan, la idolatran porque
siempre hay un restito de yogur o unas galletitas de más para el que las necesita.
Nunca hablamos de los golpes, del maquillaje que dejó de cubrirla hace tiempo, de su mirada
profunda desafiando la mañana. Porque hay hijos y recetas por probar, porque hay
resignación y él no es tan malo. Porque es muy trabajador y llega cansado. Porque cuando se
vacían las botellas se agiganta la bronca. Porque después se le pasa y hace unos mates,
porque la abraza y la acompaña a la parada.
Escondida en la bufanda la veo llegar a las corridas. Llena de bolsas y derrotas, puntual con
la campana y la bandera que sube, atenta a los reclamos y el café a la dirección. ¿Cómo se
hace para hablar de lo que duele? Sabiendo que es más importante el mate cocido a punto
que esa pierna que arrastra al caminar.
¡Andate! –quiero gritarle- dejálo de una vez, salí de esa casa antes que sea tarde. Pero no
me salen las palabras, la miro mientras me cuenta que ayer preparó guiso y me recita la
receta para taparme la boca, para que yo no le pregunte como las demás, para que la libere
de esa carga que la deja siempre sola, para no tener que irse a la cocina y cancelar el ritual.
Porque no hay consejos y nos reímos de los miedos, porque se pelea con el tiempo de las
viandas cada vez más menudas, porque ella puede y hay para todos hasta la reunión en sala
de maestros. Entonces nos quedamos ese rato robado a la jornada y seguimos conversando
como si nada, porque siempre hay de que hablar cuando dos mujeres se encuentran. Porque
una vez se le escapó y me contó un sueño, porque le dije que la invitaba al planetario, porque
la esperé dos horas en la esquina de la escuela, porque nunca llegó, porque al otro día nos
vimos y ninguna dijo nada.
Pero hoy no vino y no encuentro las cucharas, no está para preguntarle por el trapo de piso,
ni para contarle que de tanto extrañarla hoy la leche se sirvió en la biblioteca y hubo
vasos volcados y migas que voy a olvidar. Y hubo gritos y juegos y un enigma que es su voz
en el descanso, su otra vida que oculta aferrada a su cocina, con tres cacerolas oliendo a
leche tibia y una fila de niños que como yo también la esperan

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